En el siglo pasado Enrique Santos Discépolo escribió una canción denominada “Cambalache” , sátira que fotografiaba acertadamente la degradación en que había caído la política de la época en Argentina, y como esa devaluación había prohijado el incremento excesivo de la corrupción y el advenimiento de gente de todas las calañas al ejercicio del poder.

Específicamente, en la segunda mitad del siglo pasado fue más acentuado el declive de los valores supremos a observar por quienes aspiraran a ostentar puestos de dirección en los partidos, con posibilidades reales de administrar la cosa pública, o al menos considerarse «amigos y compañeros» de aquellos que tomaban las decisiones.

La debacle de la política y de los políticos era evidente, al final del siglo pasado, los niveles de aprobación de los partidos tradicionales llegaron a estar en los niveles más bajo, algunos incluso desaparecieron, la población ya no se sentía representada por ellos, ser político era sinónimo de corrupción, mientras las necesidades sentidas de la población se profundizaban de manera exponencial.

La credibilidad en los políticos se redujo aún más, al perder el pueblo las esperanzas en las organizaciones de izquierda, que se suponía eran la antítesis de todo lo malo y mezquino, por el contrario, resultaron ser dragones de fuegos que también lo quemaban todo, con la agravante que estos no guardaban ni guardan las formas, la derecha disimulaba sus fraudes, la izquierda en sus irrefrenables ansías de eternizarse en el poder a como dé lugar cercenan libertades, a costa del pueblo que sufre.

Así llegamos al siglo xxi, con la frustración maldita de una derecha, que para evitar al “endemoniado comunismo» había de enseñar sus diabólicas iniquidades, pero también desilusionados de una izquierda infernal, igual o mayor de voraz y rapaz, con unos advenedizos dispuestos a quemarlo todo antes que permitir que vía las urnas sus archirrivales sulfurados pudiesen regresar.

Las perversidades de la derecha y de la izquierda, trajo consigo «la muerte de las ideologías», se abrió la zafra, estar en política no era ya, la aspiración excelsa de transformar al hombre en pro de la sociedad ideal, los sentimientos revolucionarios dejaron de importar, el fiasco de los extremos mató la ilusión hermosa, la política iría a depender del desabrido e inodoro concepto de «intereses o negocios» internos o externos.

De esa manera transformaron la política en un negocio, luego hubo de convertirse en el abono perfecto para que los «inmorales igualados» y aquellos que ven el signo de pesos hasta en la sopa, en metros, en petróleo, en visitas sorpresas, en educación, salud, en electricidad, medio ambiente, en minas, entraran a ella buscando el poder y el dinero per se, sin importar el sufrimiento lastimoso del pueblo que le sirvió en apoyo incauto para sus insanos “intereses».

Llegado aquí, el derrotero de la política se encuentra embarrado de heces fecales dibujadas con forma de “humanos vacíos” que una vez conseguido lo “suyo” haciendo de todo con casta familiares y mafiosas aplastan, comprando dirigentes, a quienes han trillado una carrera política honorable.

En el retrete político en que se ha convertido nuestro país y toda Latinoamérica, en oposición a la profesionalización de la calidad sugerida en foros internacionales, los políticos de nuevo cuño o del patio, se burlan de los libros, del servicio, de la entrega desinteresada, hasta de los títulos y doctorados, y se mofan del funcionario serio fichándolo de «pendejo», porque, como en cambalache, “Da lo mismo ser leal que traidor, cualquiera es un ladrón, cualquiera es un señor».

Caramba, así nos mezclan y alborotan, buscando con algunas «plumas pagadas», confundir la ingenuidad del pueblo perdedor. ¡cojollo, que condena!

JPM

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